martes, 20 de octubre de 2009

domingo, 18 de octubre de 2009

Segundo Encuentro de Publicaciones Callejeras

SEGUNDO ENCUENTRO DE PUBLICACIONES CALLEJERAS

Dieciseís y Diecisiete de Octubre
Plaza España
Mendoza


Plaza tomada
Puesto de la Revista Literaria Palabra


Martín Albarracín, Javier Piccolo, Ariel Tello, haciendo ruido Por Tres


Trece y Catorce de Noviembre, Tercer Encuentro de Publicaciones Callejeras en San Juan.

martes, 13 de octubre de 2009

Segundo Encuentro de Publicaciones Callejeras


Revista Literaria Palabra
Invita
,
Apoya,
Participa,
Alienta,
Canta,
Hincha:


SEGUNDO ENCUENTRO DE PUBLICACIONES CALLEJERAS

DIECISEÍS Y DIECISIETE DE OCTUBRE
PLAZA ESPAÑA

MENDOZA

ARGENTINA


viernes, 9 de octubre de 2009

Revista Palabra Invita:


Esculturas en Metal

de Juan Gavras

Metálforas sobre Rebelión en la Granja

Lunes Doce de Octubre
Rashi Galería de Arte
Corrientes Veintiocho (casi Alameda)
Veinte horas treinta minutos.

Recibidos Literatura Abierta


Otro que no sólo se animó, si no que, verborrágico, se despachó con seis páginas. No se fugue, que el tiempo de leerlo vale la pena.
Para los demás verborrágicos: palabrarevista@gmail.com

EL SR. MEDRANO Y LA FUGA DEL TIEMPO


Había citado a Cuevas y a Medrano en el café “Montmartre”. Apenas cruzaba el dintel de la puerta descubría la inconfundible figura de Cuevas, el bigote grueso que le escondía media boca y un cuarto de los dientes, el largo pelo arrimado hacia atrás y las ojeras que se le estiraban por entre las arrugas y lo hacían notar aún mas desquiciado.
- ¡Qué hacés Soria! – me saludó con su voz ronca sin correr la vista del televisor que informaba el pronóstico del tiempo.
- Acá andamos – respondí seco -. ¿Qué pasa con el pronóstico? – le pregunté -. Parece que el cielo se desploma en cualquier momento.
- Se viene una tormenta de la puta madre – me respondió Cuevas negando con la cabeza- Los meteorólogos dicen que nunca se vio algo parecido, se está juntando una masa de aire polar desde el sur-este con una masa de aire cálido proveniente del trópico, a lo que hay que agregar el aire seco que atraviesa la cordillera desde el oeste – me miró un segundo y sentenció -. Una catástrofe.
- Cuevas, ¿cómo andás de laburo? Veo que tenés mucho tiempo libre- inquirí.
- Riquelme con paperas no jugará el domingo – confesó.
- Me parecía. – lamenté -. Podés venir a comer a casa, sabés que no hay problema.
- ¿Tenés noticias de Medrano? – inquirió Cuevas.
- No sé nada. Por eso los cité a ambos –contesté- No sé si deberíamos estar preocupados.
- ¿Qué estás insinuando? – me preguntó Cuevas, y frunció el entrecejo para aplastar las gotas de sudor que se le pegaban en la cara.
- Tengo la impresión de que me ha estado esquivando – le dije- El día viernes para ser más exacto, creí verlo en la parada del colectivo. Medrano es un hombre sumamente preciso y hasta diría, – me detuve un segundo- si esto queda ente nosotros, obsesivo con la puntualidad. En diez años es la primera vez que no llega a tomarse el colectivo. ¿Estará enfermo?
- No creo que esté tan equivocado, Soria – dijo Cuevas concordando conmigo-. Ayer, tuve esa misma sensación, como si Medrano estuviera esquivándome o al acecho. Al pasar por la esquina del Banco escuché una voz, que puedo asegurar era la de Medrano en persona- Cuevas se acercó y me miró fijo
- Soria – dijo-, bien sabe usted que yo tengo problemas de vista pero mi oído… mi oído lo conservo intacto desde la niñez, en eso soy un privilegiado- concluyó-. Al girar pude ver como cerraban las puertas del Banco y una silueta, oscura, borrosa doblaba por la esquina y rezongaba contra los bancarios. No logré verlo con detalle – reconoció- pero juro que esa voz era la de nuestro amigo. Cuando llegué a la esquina había desaparecido – dicho esto Cuevas se quedó callado y pensativo envuelto entre las sombras y el humo, como una fiera acorralada por sus pensamientos.
- Lamento que no hace más que confirmar mis sospechas – afirmé preocupado.
- Se imagina algo Soria, ¿sabe de qué viene todo esto?
- No tengo idea, pero me apresuraría a decir que Medrano hoy tampoco nos acompañará.

Ni bien dicho esto, salimos del café hacia la casa de Medrano. Cuevas se apoyó en el cartel de la calle, dio una última pitada con cierta melancolía y tiró la colilla como quien tira una moneda en una fuente, y con ella una esperanza o un deseo. Cuando estábamos por retomar la marcha veo que se tantea los bolsillos del saco y encuentra un nuevo cigarrillo.
- Pará Cuevas – le dije - te vas a matar. Ya no tenés veinte años. Esperá que lleguemos a lo de Medrano al menos – lo reprimí.
- Hugo – Cuevas me llamó por mi nombre cosa que hace en contadas ocasiones-. ¿Me meto en tu matrimonio? – respondió con aires de fulana. Tuve que negar con la cabeza.
- Cada quien destruye su vida como quiere - remató fulminante y continuamos.
Miré el cielo y comenté preocupado:
- Parece que esta vez, los del canal del tiempo no le pifiaron – y era cierto porque el cielo estaba cubierto con nubes grises y comenzaban a desaparecer los últimos rayos de sol.
Cuando llegamos a la casa de Medrano, era prácticamente de noche, las luces de su casa estaban apagadas.
- Acá no hay nadie - dijo Cuevas.
- Esperá que toco timbre – lo contuve.
- Para que esforzarse en rescatar a alguien de la soledad. Siempre hay algún pregonero de las bondades de la civilización y cuando te asomás por la puerta – Cuevas se hundió en un suspiro – ¡zás! te encajan cualquier macana para venderte en cuotas.
- ¿Querés tocar timbre vos? – comenzaba a impacientarme.
- No, lo que quiero decir es que, quizás, nuestro amigo no quiera ser molestado.
- O bien puede estar en algún problema… Ya hablamos de esto.
- Tenés razón – dijo Cuevas - Golpeá.
Golpeé dos veces, como era habitual. Todos tenemos una forma de golpear la puerta o de tocar el timbre y yo no quería sobresaltar a Medrano. Pensé que lo mejor sería actuar como si nada pasase y que, él sólo, apaciguara nuestras preguntas.
Como nadie respondió, insistí y entonces fue cuando observé junto a mis pies una cinta roja que se introducía por debajo de la puerta y se internaba en la casa. Me agaché y tomé la cinta. Comencé a recogerla y me di cuenta que en el otro extremo venía adherida una carta.
¿Acaso Medrano sabía de nuestra preocupación? ¿Acaso intuía nuestra visita?
Una fuerte ráfaga de viento amenazó con arrancarme el papel de las manos. El clima se había tornado inusualmente frío para esa época del año. Tensé el papel con la reconocible letra de Medrano y leí:

(CARTA DEL Sr. MEDRANO)
Queridos Amigos,

Accidentalmente, he descubierto algo que me temo sea un tanto difícil de explicar. Ante mi inusual obsesión por la puntualidad y atento a que las mediciones oficiales no son nada fiables, he decidido atacar al problema de raíz. Así, mediante la observación directa de los astros, he de calcular la hora exacta.
Si tenemos en cuenta que las inexactitudes son la regla en mediciones económicas que van desde el índice de desempleo hasta el precio de la canasta básica, cómo dejar la medición del tiempo en manos de burócratas. Para qué sucumbieron desde Eratóstenes en Alejandría, pasando por Königsberg, Brahe y Keppler. Acaso para ser perpetuados en una cifra relampagueante de un despertador o en la pantalla de un celular. Me niego a aceptarlo.
La sociedad moderna se ha distanciado de todo. No vemos más allá de nuestras narices o bien se han ido anexando infinidad de obstáculos entre la realidad y la palabra.
Mis herramientas son básicas, astrolabios y sextantes, cuadrantes y cronógrafos pero puestas únicamente al servicio del conocimiento. Así, he descubierto una ligera “brecha” entre la hora oficial y la verdadera. Un lapso entre lo que es y lo que debe ser. Este detalle por insignificante que parezca, tiene, me temo, consecuencias catastróficas.
Debo admitirles que frente a este descubrimiento no he sabido qué actitud tomar: guardarlo en secreto o bien divulgarlo y ponerlo a disposición del mundo. Ante la duda, guardé esto en mi privacidad y pude sacar provecho de ello: mirar por la ventana justo cuando se termina de bañar la vecina, recibir su correspondencia, leerla y acomodarla como si nunca nadie la hubiese tocado o bajar del colectivo antes que suba el inspector. Los ejemplos son ilimitados, pero la emoción, debo admitir, no me duró más de una semana.
Por otro lado, también he sufrido inconvenientes en mi vida cotidiana. El día viernes no llegué a tiempo a tomar el colectivo, algo que nunca antes me había pasado, y tuve que esperar al siguiente, el cual no es demasiado preciso, lo que motivó que llegase al Banco justo para que cerraran las puertas delante de mi cara.
Por qué no salir un poco más temprano me preguntarán ustedes. Porqué no acoplarse a la hora que maneja el resto del mundo, me dirán. Es una cuestión de principios. ¿No sería acaso un cobarde, un hipócrita si aceptase vivir equivocado? Vivir es más que existir, muchachos y si tengo que vivir en la mentira prefiero el destierro o la muerte civil.
Las herramientas le caen al hombre y éste no sólo las utiliza. Las cuestiona, se pregunta cuál es el uso adecuado. Entonces, me pregunto qué uso justificaría la existencia de algo semejante. No podría ser únicamente espiar a una señorita desabrochándose el brassier. Ahora comprendo que no. Mi descubrimiento, en la soledad, en la oscuridad y en el olvido no es más que un sedante. Una adormidera de las conciencias.
Así es como ha nacido en mí, queridos amigos, una gesta monumental, épica: la revolución. No “una” revolución, sino “la última” de las revoluciones, no para derribar el sistema económico, no para deponer el sistema político, ni el ideológico, ni el religioso, nada de eso, de lo que les estoy hablando es de la revolución del tiempo. La revolución de todas las revoluciones.
Lucharemos como lo han hecho muchos otros, desde la clandestinidad, pero esta será la clandestinidad perfecta. No se trata de una clandestinidad territorial. No será necesaria la guerra de guerrillas, ni una selva subtropical, ni la densidad del monte chaqueño. Es la clandestinidad temporal, amigos. Un ejército dispuesto a derrotar al sistema desde raíz. Nada más es necesario un ligero cambio, un segundo, un sólo segundo es necesario para cambiar la historia de la humanidad y de los países en vías de un desarrollo, del cual no han construido siquiera las vías.
Libraremos a la gente de a poco. Atravesarán el umbral hacia éste, nuestro “otro huso horario”, donde no habrá leyes, no habrá estado, pero habrá libertad de pensamiento y de palabra y no habrá guerras porque dejaremos a los opresores del “otro lado”, por lo cual no habrá sangre sobre nuestras conciencia. Parece perfecto, sin embrago, en la lucha caerán muchos, cientos van a quedar atrapados del otro lado o peor en agujeros imperfectos, caerán en rincones oscuros de la historia. Unos serán recordados como traidores y los más, borrados de la mente de las futuras generaciones. Es una lucha despareja pero al menos una lucha. Es una revolución anónima desde el anonimato.
Lamento que esta carta tenga el tono de una despedida, pero es muy probable que éste sea nuestro último contacto.
Esta noche se desata una tormenta eléctrica de inusitadas dimensiones y voy a utilizar su fuerza magnética para destruir los mecanismos eléctricos. Mañana, nuestra ciudad amanecerá sin saber aquella hora que nos ha sido impuesta ya sea por la costumbre o por la desidia. A la mentira se la combate o se es cómplice de ella. Esta noche sacaré mi nombre de su lista.
Espero estar a la altura de mi destino.
Mi fraternal saludo.
Comandante Juan Manuel Medrano

- ¡A las pelotas! – exclamó Cuevas mientras miraba la carta y se retorcía la punta de los bigotes como quien busca despertarse de un sueño –. El Comandante Medrano, quiero decir, nuestro amigo, ¡enloqueció!

En ese instante sonó un bramido en el cielo, y comenzaron a caer algunas gotas que pronto se convirtieron en una fuerte tormenta.
- Soria – Cuevas me señaló un taxi que aguardaba junto al semáforo. Corrimos hacia él para resguardarnos de la lluvia.
- Buenas - saludó Cuevas irónico al verse empapado de pies a cabeza.
El taxista al ver nuestro estado, acomodó unas hojas de diario en el asiento trasero y recién, entonces, pudimos ingresar.
- Al café “Montmartre” – ordené, renunciando a todo intento de búsqueda que en aquellas condiciones hubiese sido infructuoso.
El taxi se echó a andar y pudimos ver un oscuro panorama. La ciudad estaba desierta. La lluvia no paraba ni un segundo y golpeaba con fuerza el techo y el parabrisas del automóvil. Un segundo me creí en el mar afrontando una borrasca como un personaje de Melville.
El taxista sintonizó la radio. Se escuchaba entrecortado. Las noticias hablaban de un hombre desesperado en la terraza de un edificio.
- Suba el volumen - le pedí al chofer.
- ¡Noticia de último momento! Un hombre trepó a la antena de la Estación de Radio y amenaza con saltar… hace más de dos horas… llegaron al lugar – la transmisión se cortaba y dejaba a la buena voluntad de uno rellenar los blancos.
- … Y sí, hay locos para todos los gustos – gritaba Cuevas a los cuatro vientos – ¡Que se tire! ¡Que se tire! – coreaba como un simpatizante en una cancha de fútbol.
Lo miré a Cuevas.
- Es Medrano – le dije.
- Chofer ¡a la Estación de Radio!- se rectificaba Cuevas sin animarse a fijarme la vista.
Sentí temor por la vida de nuestro amigo. Su obsesión por la puntualidad lo había llevado muy lejos. Lo adivinaba en un estado de sopor y delirio. En su confusión, una tragedia sería inminente.
A dos cuadras de la emisora el taxista se detuvo.
- Perdonen muchachos, pero hasta acá llegamos – dijo y señaló la intersección inundada.
El agua se empezaba a filtrar por las puertas obligando al taxista a retroceder.
Pagamos, y nos adentramos en aquella laguna. Las acequias estaban desbordadas y no se lograban distinguir, pero los remolinos en el agua las dejaban adivinar. La tormenta no se detenía y nos entorpecía la visión.
- Vamos a tener que cruzar por el medio de la calle… creo – me gritó Cuevas.
Cuevas iba guiando. Cruzamos dos trolebuses canadienses que estaban varados, esos que se estropean de tan sólo mirarlos. A una cuadra de la estación, el agua comenzaba a ceder y a retirarse. Ya se escuchaba el murmullo de la gente.
Al doblar la esquina pudimos ver la multitud expectante, el camión de bomberos, la antena, una silueta. El estallido fue ensordecedor. El relámpago descendiendo por la antena quedó grabado en mi retina. La ciudad quedó sumergida en la nada, en la oscuridad absoluta. Recordé la carta, el plan de Medrano. Con cierto temor, arremangué mi camisa y miré mi reloj pulsera. Cuevas hacia lo mismo. La suerte estaba echada.

Valentín González Feltrup

***

miércoles, 7 de octubre de 2009

Recibidos Literatura Abierta

Tres de los que se animaron a la Literatura Abierta. Hay más. No desesperen que ya irán llegando, mientras esperamos a aquellos que todavía no se animan.
Recuerden: palabrarevista@gmail.com

ENERO (POR NO DECIR CON MALABARES)


Enero amaneció más desordenado que de costumbre: caótico en su genética; discontinuo de puro placer. Eróticamente primaveral como huraño en sus mañanas de tardes de otoño. Enero, digámoslo así, olvido ser calendario y escribió novelas por pasar el rato y atrapar los fantasmas.

Mullido y adolescente, no usó corbata ni trajes de baño. Consiguió ser fin de semana en besos sumamente feriados. Crió héroes, comió en imprenta y se cortó las venas en algún baño consumado a la naftalina.
A fin de cuentas, Enero fue año nuevo tantos carnavales que Febrero se contagió de ausencia antes de aprender a pedir permiso.

PAMEO

El vestido, los pegotes.
Mi cejilla y su cintura estampada de furioso escote.
Los silencios, dos rumores;
Nuestras bocas diciendo romances por evitar decir amores.

Brunín.

***

¿Qué le pido a estas palabras?

ni siquiera perciben esta impresión y movimiento
pero ¿qué quiero yo con estas palabras?
pura pretensión, pura macanería, pura manifestación contraria a lo que se sabe
digan manos inertes ¿qué les grita el corazón?
fluyan en vehementes historias misceláneas
pero una en sí misma en insípida búsqueda de algo
marchiten amores jamas correspondidos
busquen salida a viejos problemas
denle amor a los amantes de la ciudad
contemporizan los presagios de existencia
¿quién cree en estas palabras?
no es aquí el secreto original ni la táctica mejor
entonces que hay en estas menganas palabras que piden atención,
observación aquí yace la poesía fenecida
Dañada en dagas retoricas amargas sin fin
lo que las palabras pretenden
es morir diciendo lo que otros no vieron
luego ser quemadas en hogueras de libertad
reciclarse en palomas nuevas viven y
mueren como crisálidas
esas, las palabras

Princesa Dorada

***

Momentos

Soñaba en el roce de tus besos,
aquel momento en tus brazos,
bajo la luna implacable
entre tu mirada y la noche.

Momentos lo tuyos y los míos
soñados en la fragancia de las flores,
bajo el canto de los pájaros,
momentos vivos de la noche.

Instante ya lejano aquel...
cuando tus labios robaron mis besos
bajo la copa de los árboles,
testigos mudos por ti dados.

Momentos de dulzura y encanto
y belleza y serenidad y encuentro...
momentos de locura y pasión
y desenfreno y atrevimiento...

Momentos de la luna y la noche.

Alexander Fernando Müller