lunes, 17 de agosto de 2009

La mesita



Por Diego Rocha Ilustración: Leonardo Peralta.

Tengo que conseguirme una mesita para escribir, porque siempre que escribo me canso muy rápido y no sé de que lado ponerme porque de todos lados estoy incómodo. Que me duele el cuello, la espalda, los brazos y con todo eso se me incomodan hasta las mismas ganas de escribir. Sí, un masaje, un estiramiento de los dedos para vaciar el alma, pero que no suene hueco, claro que no, sino que suene tranquilo. Tengo que conseguir esa mesita porque sino lo hago me van a confundir y hasta yo me voy a confundir. Tantas palabras juntas, tantos dichos apretados, encimados, cruzados, algunos están destinados a sangrar y lo hacen aún más, pero que salgan. Lo hacen adentro manchando las otras, uniéndose de cualquier manera, y así quedan mal cicatrizadas con otras palabras. Sino consigo la mesita seré una bolsa de basura, donde nada es nada, una alegría mezclada con yerba tirada en sueños envueltos con nylon, un camino perdido en una zapatilla que nunca fue encontrada y tal vez, sí, seguro, tal vez sea una que otra lágrima escondida en un bolsillo del pantalón sucio, roto y que nadie más usa.
Hace un tiempo fabriqué una, pero no una mesita cualquiera, sino que era con caída, así como las mesas de las bibliotecas, pero apenas la estaba haciendo supe que no serviría para escribir y que sólo serviría para leer y entonces la dejé porque iba a molestar, ya que necesitaba una para escribir y a su vez leer, y si tenía las dos ocuparían mucho espacio, o tal vez un poco y mi pieza no es tan grande e incluso a veces no logro entrar yo.
También recuerdo una vez que tuve un sueño, uno de esos sueños que te duran como media hora, hasta que te das cuenta que estás despierto, esos sueños que reaparecen no con imágenes sino como una fuerza que te impulsa a respirar con más fuerza, que te dicen que todo el tiempo que hay algo o varias cosas que remedian la vigilia. Sí, ahora lo recuerdo, era yo que iba con mi bicicleta al lado... No, ese no era el sueño, empezaba de otra manera. Claro ahí está; estábamos todos en la casa de mi hermana, formábamos como una reunión. Mi hermano y mi hermana, como siempre, eran los que hacían reír y alegraban a todos, mientras que los demás... No, no, tampoco era ese el sueño y no creo que pueda recordarlo. Si tan sólo hubiera tenido la mesita lo hubiera sabido, porque me propuse una vez escribir todos mis sueños, bueno, no todos, sino los que más me llegaron tanto en tristeza como en alegría, pero no lo cumplí, porque el sueño es corto pero su significado muy grande y así no alcanza media hora para escribirlo y en media hora mi rodilla se cansa y la nuca parece que se va a quebrar y entonces no escribo. Por eso por mí, por los balazos que le gritan a mi ventana, porque a la noche en el puente de mi barrio los autos no pueden cruzar, no por el peligro sino porque a esa hora los cartoneros vienen para sus casas, por los niños que aprenden a escribir con malas palabras su futuro, por las mesas que sobran y el pan que está grabado en él sin que se pueda comer, por la enseñanza en las escuelas donde enseñan los maestros fuera de la historia que pasa en el barrio, y con otras historias que les dicen que los pobres en su propio presente ya son historia. Sí, porque hay mucho que decir y no olvidar, que quede lo mío, que quede lo tuyo, que quede lo de todos ellos, los que no saben escribir ni leer la vida. Por todo y por todos, tengo que conseguirme una mesita.

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