domingo, 16 de agosto de 2009

NÚMERO UNO


Comienzo



…hasta que de repente, en aquella neblina confusa del comienzo, acechada por la necesidad o quizás por la soledad, la humanidad pronunció la primera palabra. Así, sin saberlo, echó su grito a la historia que se construye en la oscuridad, que busca en los huecos del tiempo su propio eco.

Y así seguimos, tratando de darle sentido a esos alaridos informes, refugiados en la manía de ponerle nombre a todo, de suplir nuestra ignorancia con las convenciones ajenas de los diccionarios, con significados pulcros e ideas catalogadas. Pero la palabra es mentira, y somos concientes de ello. Sólo el sonido torpe de un conjunto de letras caprichosas. Un camino hacia lo profundo de un significado que se nos escapa, una metáfora, una forma de (no) apresar lo inapresable.

La palabra es dogma. Pero nosotros no venimos a señalar con el dedo, ni a aburrirlos perfeccionando la ultima conjugación de la séptima persona de aquel gerundio pretérito. La ciencia de la palabra nos ha quedado demasiado lejos, y no nos quedan ni fuerzas ni ganas de ir tras ella. Libraremos una lucha de oraciones maltrechas, de conceptos confusos, de errores de ortografía ante cualquier señal que nos indique que estamos perdiendo la única cosa que tenemos: nuestra pequeña y convulsiva visión de las cosas. No queremos los disfrazes de la ortopedia lingüística, es que somos inquietos, y los claustros nos generan claustrofobia.

La palabra es nuestra. Y la vamos a usar de una forma total y absolutamente tiránica: sólo para que exprese lo que pensamos y sentimos. No hemos venido a darle a la palabra un lugar de libertad. La palabra suelta es dañina. La palabra libre predica, engaña, confunde, la palabra libre arma miles de sonoros discursos, construye retóricas de la tiranía, corrompe el poder, seduce a los ingenuos. No habrá libertad, entonces. Será ella la que se someta a la terca voluntad de la tripa revuelta, de la garganta seca, de los labios oxidados. Tal vez así nuestra palabra salga al aire, camine por lo ancho de este basural, vaya escurriendo su sonido maltrecho por los rincones, seduzca al ruido con su impávido silencio y sople contra ese viento que todo lo lleva. Tal vez asi, quien sabe, nuestra palabra recorra exitosamente la noche de los pechos vacíos y los infle, aunque sea sólo un instante, antes de que mueran nuevamente.

La palabra es poder. Y es muy posible (y más probable) que nuestra palabra sea acallada por la palabra vacía. Porque hay demasiado ruido de teclas. Porque ya la conocemos, y la conocemos bien, y nos ha dolido que se la manipule de esta forma, que se la transforme en aquel virus tan común, que ordena y dispone, que castiga y prohíbe por propia naturaleza. Y este posible fracaso es justamente, lo que más alimenta nuestra sangre. Al fin de cuentas las palabras vacías son las que más rápido corren (y las que primero se olvidan).

La palabra es mujer. Invitamos a quien quiera a desnudar la palabra de confusiones, quitarle el disfraz de sus sílabas, desgarrarle la ropa de sus letras para por fin recostarla en la cama, frágil y desnuda, como lo fue en un primer momento. Y otra vez en la oscuridad, aprender a amarla. Es así y no de otra forma como nosotros la queremos, ligada al sentimiento que le dio origen, como aquel grito ancestral, aquel eco del comienzo.

La palabra somos nosotros, en definitiva. Es la forma más pura y concreta que tiene el mundo para interpretarse dentro nuestro.

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