martes, 4 de agosto de 2009

Literatura Abierta

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Amarillo

Por Erica Tanquilevich

Salió de su casa en busca de algo bueno, algo como una pared amarilla o un pajarito amarillo, aunque sea muerto. Caminó unos pasos y en la esquina vio a una mujer, quería encontrarse con ella. Le preguntó el nombre esperando tener algún tema de conversación.
-María- y siguió de largo. Él se quedó parado y se dio cuenta que eso era algo bueno. Caminó una cuadra más y volvió a su casa satisfecho por ese encuentro.
Esa noche soñó con esa mujer diciendo ese nombre y soñó lo bien que le quedaba.
Al otro día esperaba encontrarse con algo bueno, como una María. Salió de su casa, caminó unas cuadras y pisó una rama seca. El sonido verde que desprendió le recordó el sonido amarillo de María y pensó que el ruido amarillo de María también le quedaba bien a la rama; pensó que era algo bueno. Entonces volvió a su casa y se durmió y soñó que pisaba una María de ruido amarillo o que encontraba una rama llamada verde y soñó lo bueno que era.
Se despertó al día siguiente y salió a buscar esa María con ruido amarillo o esa rama llamada verde. No alcanzó a cerrar la puerta y un hombre le tocó la espalda:
-Buenos días- era una voz azul la que lo saludaba y un sobre blanco el que instantes después estaba en sus manos. No alcanzó a decir nada y el hombre se despidió. Y otra vez el color azul le tiñó los oídos y eso era bueno. Entonces no salió, volvió a entrar a su casa y abrió el sobre blanco. La tinta era roja y el sonido de su voz al leer también. Recordó que él se había escrito esa carta la semana anterior, cuando estaba solo y tenía sólo el papel blanco y la tinta roja, pero ya no la necesitaba, ahora tenía el amarillo María, la rama verde y la voz azul. Entonces rompió la carta y la tiró y no salió, ya no más, ya había visto el mundo, entonces cerró la puerta con llave y la tiró hacia fuera con un ruido amarillo, corrió la cortina azul y se acostó en su cama verde, a soñar verde y no salir más.

Los intelectuales
o la superficialidad como método
Por Alejandro Crimi

La muerte de los últimos setentistas (asesinados algunos, suicidados otros), la excesiva transparencia de los ochentistas y la nada absoluta de los noventa, nos ha legado una nueva deformación de las ideas: el intelectualoide. Intentaremos, a continuación, precisar algunos aspectos de la creatura.
Como primera medida es prudente aclarar que perversiones del pensamiento siempre hubo, pero, hasta ahora, nunca habían logrado tanto éxito. El motivo de la catástrofe tiene, seguramente, mucho que ver con la desaparición de los intelectuales. ¿Dónde están hoy esos gloriosos espadachines de la pluma y la palabra?, ¿qué oscuro sortilegio los convirtió en docentes universitarios y periodistas?, ¿vendrán nuevos tiempos donde los pensadores no se pasen la vida conservando tristes espacios de poder? Estos son sólo algunos de los interrogantes que inquietan a miles de lectores argentinos, muchos de los cuales, desolados y aburridos, ya han comenzado a transformarse en televidentes.
Pero vayamos al grano (que a esta altura es forúnculo). Un intelectualoide queda definido por un conjunto de actitudes y habilidades. A saber:
1- Cuidan su imagen. Aman el buen vestir, gastan los espejos y saben sostener una mirada altiva.
2- Poseen una habilidad innata para leer las contratapas de los libros y sus solapas. También son talentosos en la lectura de titulares, obituarios, clasificados y gacetillas.
3- Creen que los demás les creen.
4- Son grandes presentadores de libros. Su dialéctica solipsista unida al uso suspicaz de la palabra produce en los espectadores un efecto arrollador.
5- No queda duda de que son verdaderos maestros en el arte de la cita. Hay quienes afirman que un intelectualoide avezado puede llegar a estar más de cuatro horas y media citando autores que nunca leyó.
6- Les encanta plagiar.
7- El éxito los obnubila.
8- Son tiernos pero bastante boludos.
Con respecto a los mitos que tejen las voces populares sobre el intelectualoide, hay algunos muy poco exactos: ¡No es correcto que el intelectualoide chupe sangre! Es una infamia. Si bien es cierto que son vagos y que la mayoría vive parasitando al prójimo, no se les puede achacar la acción física de succionar hemoglobina. Si bien es real que son mantenidos hasta altas horas de la vida, es un disparate pensar que descienden de los quirópteros.
A esta altura de la nota, el estimado lector se estará preguntando: "¿Qué hago, entonces, ante la presencia de un intelectualoide?
" No se alarme. Llame inmediatamente a los teléfonos (0261) 4511417 - 4511418 - 4511410 y pida asesoramiento profesional.



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