lunes, 17 de agosto de 2009

Literatura Abierta

¿Todavía no se anima? Vamos, que si Juan, Gonzalo y Eugenia lo hicieron, seguro que usted también puede. Lo que quiera a palabrarevista@gmail.com. Lo que no quiera también. Lo que permitan los caprichos van acá. Lo que prohiban las mañas, vaya uno a saber.

Juan López


asesino mental

tengo todas las armas
pero no las voy a utilizar
hay tanta gente para matar que parece mentira
tantas personas que siguen vivas y deberían estar muertas
tantas mujeres que merecen que las maten
tantos personajes que no tendrían que estar
pobres ancianos que preferirían morir
y nadie los ayuda
y tantos pero tantos
infinitos
niños
molestos


***

intermedio

tira el vaso de ginebra de la mesa de noche
el vaso vacío de whisky pero con ginebra
lo tira dormido
el vaso vacío de ginebra
de anoche
cae boca abajo y estalla
y pierde su forma y cambia de forma
despierta el que tira el vaso de la mesa de noche
no puede pisar no puede saltar de la cama
busca un papel y barre un camino
donde escapar descalzo del sitio sitiado
por granza de vidrio
trae una escoba y barre el vaso de vidrio molido
contra un rincón junto a una
cortina
apoya la escoba
se vuelve a tirar en la cama
y vuelve a dormirse
pero esta vez
no sueña

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Gonzalo Aciar

Oficio

todas las aves podrán abrir sus piquitos al sol
y el ángel de lo barato posar un ala en mi ventana
que yo voy a seguir con mi trabajito
no hay oficio si no el que se ejercita
hoy que pienso que todas esas luminarias han sido puestas ahí
para que yo vaya y las baje de un piedrazo


Vocación

más tarde iré a la plaza a buscar a los amigos
o a entretenerme mirando tareas que sé puedo hacer
cualquier cosa que no sea escucharte decir
la plaza es un barco luminoso
y los artesanos son las velas que iluminan el mar
y vos y yo somos el agua que pasa y no vuelve

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Eugenia Blanc

Aullar

Tenemos grabada la imagen de un lobo que aúlla en la noche. Generalmente está sobre un acantilado, sobre una punta. La luz de una luna gigante llena le hace de fondo y contraluz, así que sólo vemos la silueta del lobo en negro, o un lobo al cual los rasgos y el pelaje apenas se le notan. Está solo, a pesar de ser una especie que para su alimentación le es necesario convivir otros lobos, vivir en manada. Pero el lobo a contraluz está solo. Aúlla y busca. Este aullido no suena a búsqueda, sino que si cierro los ojos o lo escucho dentro de un bosque a oscuras, los ojos están cerrados y los árboles tapan el resplandor de la luna. Escucho, es un sonido ahuecado, es la representación de la soledad en sí. Recuerdo antes el bosque o la habitación y ante tal sonido, siento que todo lo demás estuvo en perfecto silencio. Al aullido lo envuelve una atmósfera de silencio absoluto, eso parece. Viaja por todos los troncos, por la tierra, por las hojas, por el piso de madera, por las patas de la cama, los resortes del colchón y las sábanas. Se rompe toda la apariencia del recuerdo del silencio. Todas las vías han sido atravesadas hasta llegar al cerebro. Parece que viniera desde sus entrañas, desde las fibras de los músculos de sus patas traseras, se dirige al bosque, se precipita con el fondo del acantilado para producir efecto de eco, en caída libre. A su vez, va hacia adentro del lobo mismo, le retumba en sus oídos, sus tripas se modifican, la posición es firme, como si quisiera evitar caerse. Termina en agudo y vuelve a intentarlo. Calla. Ya nadie puede saber qué pasa con él, ni yo, ni mis ojos cerrados que encuentran un margen. El bosque está, aquí abajo, frondoso, muy oscuro. El lobo sobre el acantilado. Solo, la garganta libera el aullido, despierta el margen.

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