lunes, 17 de agosto de 2009

Texto de Roberto Fontanarrosa




Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua (fragmento)
Por Roberto Fontanarrosa

Primero quería hacer una pequeña reflexión, a algo que comentó Federico, asombrado ante la presencia femenina multitudinaria. ¡Lo que es no conocer esta ciudad! Yo siempre afirmo que esta ciudad tiene bellas mujeres y buen fútbol, ¿qué más puede ambicionar un intelectual?
A mí se me ocurrió hablar sobre las malas palabras. Y hay apoyo popular, por lo que escucho. Repito, no sé qué tiene que ver con esto de la internalización (sic), que aparte ahora que pienso ese título lo habrán puesto para decir “bueno, una persona que logra decir correctamente IN-TER-NA-CIO-NA-LI-ZA-CIÓN es capaz de ponerse en un escenario y hablar algo”. Algo tendrá que ver el tema este de las malas palabras con lo que decía el amigo escribano. Él decía de la ausencia, por ahora, del español en la tecnología, la computación. ¿Qué tiene que ver eso con las malas palabras? Al menos, lo que he insultado yo cada vez que se me va un texto en la computadora..., creo que es un aporte ostensible al lenguaje.
La pregunta que me hago es ¿por qué son malas, las malas palabras? O sea, ¿quién las define, qué actitud tienen las malas palabras? ¿Les pegan a las otras palabras? ¿Son malas porque son de mala calidad, o sea que cuando uno las pronuncia se deterioran, se dejan de usar? No parecería ser este el caso, porque, a muchas, cada vez se las escucha más saludables y más fuertes; al punto que en alguna época se las denominó (y creo que se las sigue denominando) “palabrotas”. ¿Tienen actitudes reñidas con la moral? Sí, obviamente, pero no sé quién las define como malas palabras. Tal vez sean como los viejos villanos de las películas que nosotros veíamos, que en principio eran buenos pero la sociedad los hizo malos. Tal vez, nosotros, al marginarlas, las hemos derivado en palabras malas.
(Atento a la organización, he escrito algo, tengo un ayuda memoria, que no me alcanzó para que la memoria me dictara que tenía que traer los lentes).
No es que haga una defensa incondicional de las malas palabras. Algunas me gustan, otras no me gustan, igual que las palabras de uso natural. Yo me acuerdo que en mi casa, mi vieja no decía muchas malas palabras. Era correcta, ES correcta. Mi viejo, en cambio, era lo que se llamaba un “malhablado”. Es una interesante definición, de alguien que es malhablado, cosa que no era mi viejo, que se expresaba muy bien. Había unos primos míos que jamás decían una mala palabra, que a veces iban a mi casa y decían “vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban, se escondían en una habitación y puteaban. No se impuso como disciplina olímpica lo de “jugar al tío Berto”...
A veces nos preocupa y culpamos a los jóvenes porque usan un vocabulario bastante estrecho. A mí no me preocupa que mi hijo o los amigos de él insulten permanentemente; lo que me preocuparía sería que no tuvieran una capacidad de transmisión, de expresión y de grafismo al hablar. ¿Les vamos a cortar esa posibilidad? Afortunadamente, como ha sucedido a través de los tiempos, ellos no nos dan bola, entonces hablan como les parece y van enriqueciendo de alguna manera su vocabulario.
Lo que pienso es que brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante. Manejo muy mal el color, por ejemplo, pero a través de eso sé que mientras más matices tenga uno, más se puede defender para expresarse, para transmitir, para graficar algo. Entonces hay palabras, de las denominadas malas palabras, que son irremplazables por sonoridad, por fuerza, algunas incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o sonsa, que decir que es un pelotudo. Tonto puede incluir un problema de disminución neurológica, es realmente agresivo. Y aparte hay una cosa, que a eso voy con lo de la contextura física. El secreto de la palabra pelotudo, la fuerza, está en la letra T. Analicémoslo, anoten las maestras. No es lo mismo decir sonso que decir peloTudo. Otra cosita, hay una palabra maravillosa, que en otros países está exenta de culpa. Esa es otra particularidad, porque todos los países tienen malas palabras, pero se ve que las leyes de algunos países protegen a algunas palabras y en otros no. Hay una palabra maravillosa que es carajo. Tengo entendido que el carajo era el lugar donde se colocaba el vigía, en lo alto de los mástiles de los barcos para divisar tierra o lo que fuere. Entonces mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Y acá apareció como mala palabra, al punto que se llega al eufemismo de decir caracho, que es de una debilidad y una hipocresía absolutas. (Amigos mexicanos, con los cuales estuve cenando anoche, que me enseñaron una enorme cantidad de malas palabras mexicanas... Ahora que lo pienso me parece que me estaban insultando, porque se suscitó un problema con la cuenta).
Hay periódicos que ponen “el senador Fulano de Tal envió a la m... a su par”. ¡La triste función de esos puntos suspensivos, el papel absurdo que están haciendo ahí, merecería también otra discusión acá en el congreso!
Hay otra palabra que quiero apuntar, que creo es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra mierda. También es irremplazable. Y el secreto, la contextura física está en la R. Anoten las docentes. Porque es mucho más débil como la dicen los cubanos: mielda. Que suena a chino y no sólo eso, yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la revolución cubana: la falta de posibilidad expresiva.
Voy cerrando después de este aporte medular que he hecho al lenguaje y al congreso. Atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Lo único que yo pediría, no quiero hacer una teoría ni nada, es reconsiderar la situación de estas malas palabras, pido una amnistía para la mayoría de ellas, vivamos una navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar.
Muchas gracias y buenas tardes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario