domingo, 16 de agosto de 2009

Roberto Arlt

Por Javier Piccolo

Phillip Marlowe le preguntó a Soriano, en la última página de Triste, Solitario y Final por qué quería escribir sobre el Gordo y el Flaco. Soriano le respondió simplemente: “Porque los quiero mucho”. Nunca he escuchado mejor razón para escribir sobre alguien, y es posiblemente la única que tenga para escribir este garabato sobre Arlt. Así, simplemente motivado por la querencia y por la admiración. No pretendo con esto componer una hermética lección de literatura para ser leída desde algún empolvado atril y mucho menos imprimirle el rigor técnico de una biografía hecha y derecha.

Formas de encontrar a Arlt

No me acuerdo de dónde saqué el nombre de Arlt. Me acuerdo más o menos cuándo: fue alrededor de mis 15 años. Compré una edición barata de “El Juguete Rabioso” que rápidamente fue a parar a un toquito de libros destinados a un enero aburrido. Volteé la última página a los 5 minutos de haber abierto el libro. Después de hojearlo empecé a leerlo para terminarlo en unos dos o tres días. Al tiempo, ya cursando el secundario, la profesora de literatura nos dio a leer “La isla desierta”. Y caí en la cuenta de dos cosas: a) la escuela destruye la literatura y b) lo bien que le hizo a Arlt (y a sus lectores) no terminar siquiera la primaria. Me tomé un relajo de Arlt hasta que agarré, más cerca en el tiempo y casi al unísono, “Los siete locos” y una de tantas antologías de las famosas Aguafuertes Porteñas. Ya para esta altura la genialidad de este tipo me resultaba suficientemente abusiva como para leer más, sobretodo “Los lanzallamas”, libro que me torturó el pensamiento a partir de haber leído la una nota al pie de la página final de “Los siete locos” que decía que el resto de la trama se desarrollaría ahí. Y en cuanto apareció la posibilidad de escribir sobre alguien para la revista no se me ocurrió otro más que él.

Formas de buscar a Arlt

Así que empecé a buscar datos sobre Arlt. El camino inicial fue la Biblioteca General San Martín, no tanto porque la tuviera muy a mano sino más bien porque es una biblioteca de esas clásicas, donde uno supone puede encontrar el libro que se le antoje. Pregunté por una biografía de Roberto Arlt y me decepcioné cuando me dieron dos libros con el mismo nombre: Enciclopedia de Literatura Argentina. En ambos los datos que figuraban de Arlt eran escuetos como de enciclopedia. Resignado en mi intento de tomar libros en mis manos fui a buscar a las otras bibliotecas que sí tenía más a mano. Digamos que el resultado fue más o menos el mismo. Prendí la computadora, metí en el famoso buscador Google las palabras adecuadas y sólo aparecieron algunos informes, más o menos como los referidos en anteriormente. Siguiendo a mi obsesión de conseguir un libro biográfico enterito, busqué por librerías, reales y electrónicas, y me encontré con la decepción por tercera o cuarta vez (por favor lleven ustedes la cuenta); no había más de cuatro. Desesperado me fui a tomar algo, como para bajar la angustia. Curiosamente el bar donde terminé se llama “Juguete Rabioso”. Las paredes están decoradas con fotocopias de las tapas de la primera edición de dicho libro y hojas de libro. Leí, pero entre ellas no apareció ninguna que siquiera por asomo se pareciera a aquellas donde sucede la vida de Silvio Astier. Pero por lo menos en el bar pude hacer algo mucho mejor que en la biblioteca: emborracharme.
Tanta frustración no dejó de parecerme, al menos, curiosa. Es decir, estamos hablando de Roberto Arlt, uno de los mejores escritores argentinos, no sólo para un grupo pequeño de especialistas, sino que es un grande más allá de diferencias y gustos literarios. Además de esto su vida misma es, prácticamente, la novela que a él le faltó publicar. Así de atrapante es su biografía. Por eso no deja de sorprender que exista tan poco material a alcance de la mano sobre él. ¿Cuántos escritores desearían escribir como Arlt? ¿Cuántos dinero y tiempo se malgasta en las universidades para saber de literatura y ningún universitario puede siquiera arrimarse en calidad de un tipo que sacaron a patadas de la primaria? ¿Cuántos periodistas se aburren en sus cubículos de redactor haciendo artículos con este estilo tan pulidito y cortés que abunda y no aspiran a acercarse a la genialidad de cualquiera de las aguafuertes? ¿Cuántos literatos de excelente ortografía no pueden escribir nada salido desde la tripa, que siempre sale con errores ortográficos?
Cuando uno se entera que Onetti dijo hace sesenta años que Arlt fue el último tipo que escribió novela contemporánea en el Río de la Plata se sorprende. Cuando uno lo analiza dos veces le da la razón. Tal vez por esa contemporaneidad es que hay tanta ausencia; porque Arlt escribió en aquel mundo que se caía a pedazos y este mundo es el mismo que se sigue deshaciendo tanto o más brutalmente; porque Silvio Astier estaría fumando paco; porque todavía te ven la cara y te dicen “Rajá, turrito, rajá”. Así de contemporáneo es un tipo que nació con el siglo XX (el 26 de abril de 1900 según su madre, el 2 de abril según el registro civil, pero creámosle a quien lo parió) y que murió sin entrar en la mitad del siglo pasado (el mismo 26, pero de julio del 42). Lo que lo hace a Arlt ser Arlt es posiblemente su forma de analizar aquella realidad, no a través de paradigmas estructurados sino más bien metiéndose por las groseras ranuras que dejan dichas estructuras. Es el escritor cuyo estilo no es más que el que tienen las cosas como le salen, es el tipo que se escapa a los suburbios porteños para cubrir una nota policial, el que camina las calles de noche para leerle casi de prepo sus obras a los vagabundos y borrachos de paso, el que se sentaba a la misma mesa de las putas y los fishos. Es quien nos dice: "Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad y que no nos queda otro remedio que escribir desechos de pena, para no salir a la calle a poner bombas o a instalar prostíbulos". Sobre todo, aquella capacidad de escribir de su alrededor y no caer el panfletarismo o la denuncia. Estas formas de meterse por donde pocos “grandes escritores” se habían metido supo trasmitirlas siempre, ya sea en Córdoba mientras escribía el Juguete o bien ya como periodista en los prestigiosas diarios Crítica y El Mundo. Siempre tuvo esa tendencia a moverse por los límites, como si fuera un equilibrista en un piolín sin saber lo frágil que era, porque esa ha sido su manera de manejarse desde que tuvo memoria. Algo similar sucede con su relación en una de las tantas polémicas argentinas, la de los grupos literarios de Florida y Boedo, en la cual algunas veces es incluido en el primero, por su cercanía a, por ejemplo Ricardo Güiraldes (quién además le editó el primer capítulo del Juguete) y otras es acercado al segundo (por cercanías más ideológicas que físicas). Con el teatro pasa algo parecido, donde si bien su relación con el Teatro del Pueblo es marcada, al punto de ser uno de sus más notorios referentes, no dejó de probar suerte con los escenarios más comerciales de la época. Hoy por hoy, sigue siendo uno de los pocos escritores que cuentan con la aprobación de los claustros y el guiño del público lector.

Formas de ser Arlt

Esto es lo que lo hace admirable a Arlt. Sin embargo lo que lo hace querible, al menos para mí, no son sus méritos literarios, sino más bien que Arlt es un perdedor. Un perdedor nato. Despreciado por su padre casi hasta el odio, expulsado del colegio militar, acogido por las bibliotecas de barrio y de calle. “Rajá, turrito, rajá” es un paradigma. Criado entre exclusiones asume que la vida no tiene otro sentido más que ser trágica.
Y un perdedor es un soñador en esencia, un soñador que fracasa. Hay bastante de fracaso en Arlt; en su vida, claro, no en las vanaglorias que póstumamente lo envolvieron. Más allá de las eternas broncas con su padre, que lo termina echando de la casa a los dieciséis años, ya había encontrado en la calle su lugar. Acosado por la urgencia económica, la necesidad lo haría pintor de brocha gorda, ayudante en una librería, aprendiz de hojalatero, peón en una fábrica de ladrillos; hasta llegar al periodismo de la mano de Natalio Botana, a la sección policial del diario Crítica. Poco importaban sus groseros errores de ortografía; estamos hablando de un tipo que llegaba a llorar redactando la nota policial (imagínense a este gringo grandote, gesto duro, llorando). Luego, el casamiento con Carmen Antonucci, enferma de tuberculosis, hecho ocultado en un principio a Arlt que le fue develado al poco tiempo, lo que lo lleva a Córdoba alejándolo brevemente del periodismo pero logrando un gran acercamiento a la literatura: es allí donde escribe El Juguete Rabioso. Cuando vuelve a Buenos Aires no lo recibe precisamente el éxito, pero logra un trabajo en el diario El Mundo y vive en pensiones. En una de ellas, al leer los poemas de un pensionista, exclama “Usted es el próximo Lugones”. No lo fue. Pero existen las ansias de triunfar, el triunfo como forma de zafar un poco y al mismo tiempo no alejarse de su realidad. Una forma que tuvo de buscar el triunfo fue inventando, junto a Naccaratti, las medias reforzadas con caucho, confiado como Erdosain en el éxito comercial de su invento. Cuando se acerca al triunfo ganando el tercer premio municipal de novela agradece el premio sencillamente porque la guita le viene de primera. Esto fue gracias a “Los siete locos”, ya escribiendo a dos manos: con una las Aguasfuertes en El Mundo y con la otra su novela. Fue el método de trabajo que usó hasta su muerte. Nunca pudo vivir sólo de la escritura y tal vez nunca quiso, como verán en el prólogo a “Los Lanzallamas”.

Formas de escribir a Arlt

Así se fue construyendo Arlt, desde el parto de una patada en el culo hasta su muerte, formándose sobre los cimientos de los derrumbes, sus propios derrumbes y los de la ciudad que lo rodeaba. Con fantasías inconclusas y hasta inconducentes, a tal punto que Silvia Saítta (quizás su principal biógrafa) expresa lo complicado que le resultó construir la biografía de Arlt “porque, efectivamente, el testimonio más engañoso de abordar en la investigación de su vida es el del propio Arlt”. Quizá les duela a los estudiosos el mito. Pero es lo literario, señores, el hecho literario en Arlt es también su propia vida, y ahí no tiene sentido separar realidad de ficción, verdad de mentira. Por ejemplo, Piglia dice que en su velorio no pudieron sacar el cajón por la puerta del departamento, teniendo que sacarlo con poleas por la ventana de un piso alto, quedando suspendido el féretro por unos minutos sobre Buenos Aires. Eso es mitológico. Y por allí es por donde viene la idolatría, lo que me lleva a admirar y a querer a Arlt, como se construyen los amores, sin mucho análisis. Desde ese lugar le escribí.
Disfruten lo que viene, lo escribió Arlt como prólogo a “Los lanzallamas” y seguro que es mejor que cualquier cosa que podamos decir al respecto.

Texto aparecido a modo de prólogo a la novela “Los lanzallamas”
Roberto Arlt

Con “Los lanzallamas” finaliza la novela “Los siete locos”.
Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.
Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.
Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage.
Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias.
Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general la gente que disfruta tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.
Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela que, como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos...! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas me ocurriría lo que les sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas.
Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje “Ulises”, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes.
Pero James Joyce es inglés, James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media docena de iniciados.
En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.
De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables: “El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc.”
No, no y no.
Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura no conversando continuamente de literatura sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierren la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”.
El porvenir es triunfalmente nuestro.
Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la “Underwood”, que golpeamos con manos fatigados, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero... mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará “El amor brujo” y aparecerá en agosto del año 1932.
Y que el futuro diga.

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